Ella me dijo «Papá» tan solo unos días después de haberme mudado con su madre.
Mis amigos se burlaron cuando les conté y me dijeron que era una estrategia de mi pareja para «amarrarme». Pero con los días me di cuenta de que era una expresión de cariño de una niña que nunca había contado con una figura paterna a su lado.
La vi crecer, la aprendí a querer y a amar como si fuera mi hija propia.
Me casé con su madre unos años después y tuvimos un niño que afianzó la relación pero nunca dejé de querer a aquella niña de ojos negros que un día se robó mi corazón.
La vi convertirse en una señorita y graduarse de la secundaria. La vi realizarse como profesional y la entregué en el altar al hombre de quien se enamoró.
La vi convertirse en madre y me sentí orgulloso de convertirme en abuelo, y feliz de cargar de nuevo un bebé en mis brazos.
Su madre, mi esposa, falleció hace unos años de un ataque al corazón.
Ella, su hermano y yo nos dimos consuelo pese a que todos estábamos devastados.
Ella siempre ha estado pendiente de mí y de su hermano menor.
Nunca olvidaré la primera vez que me llamó «papá». Eran tan solo una niña sedienta de amor y cariño y yo alguien que estaba dispuesto a dárselos hasta donde las fuerzas me lo permitieran.
Desde ese día no he dejado de considerarla mi hija ni ella a mí su padre. Aunque a veces se siente nostálgica porque nunca conoció a su verdadero padre, está agradecida con la vida por habernos presentado.
Ella fue el otro amor de mi vida, luego de que conocí a su madre. Cada vez que la veo, al visitarme los fines de semana, veo en ella los mismos ojos de su madre y en su sonrisa un poquito del amor que el cielo y la vida me permitió sembrar en su corazón.
Anónimo.
Articulo con fin de entretenimiento y lectura.