Cuando mi abuela tenía dolor de cabeza, iba a la cocina y agarraba una papa, le cortaba dos rodajas y se ponía una en cada sien. Yo asombrada observaba cómo el tubérculo se iba secando y poniendo negro al mismo tiempo que se le quitaba la jaqueca. Ella me contaba que era un aire que le había entrado por no poner atención en lo que estaba pensando.
Cuando mi abuela me veía con dolor de panza, iba a la cocina y agarraba buena grasa, un pedazo de papel estraza y una manta. Me sobaba con sus grandes y calientes manos, yo veía que sus labios rezaban. Le daba un gran masaje a mis tripas, me ponía el papel encima y después me volteaba. En la espalda ponía otro poco de manteca, pasaba sus manos por toda mi columna; después ponía la manta y me jalaba cada vértebra lumbar hasta que tronara. Ya tenía preparada una tortilla bien quemada que con sus manos pulverizaba, la ponía en el té de menta que de su jardín agarraba.
Cuando mi abuela me veía con tos y con gripa iba a la cocina, agarraba unos chiles y dos grandes tomates verdes, los ponía en el comal de tierra cocida, le prendía al fuego, y ahí los dejaba hasta que se quemaran. Me untaba un poco de Olivo en los brazos, cortaba los tomates en gajos y los pasaba por mis meridianos. Llegaba a la garganta y me daba un masaje con sus dedos que curaban. El olor de los chiles abrían mi respiración, su antibiótico llegaba hasta mi garganta.
Cuando mi abuela veía triste mi mirada, iba a la cocina, agarraba un huevo de gallina, cortaba un poco de ruda y un manojo de salvia, los pasaba por todo mi cuerpo empezando por mi coronilla. También ahí rezaba, yo sentía cómo me recogía la tristeza, y me regresaba el amor por la vida. Después de limpiarme me daba un té de manzanilla y acariciaba mi pelo con sus alas olor pimienta.
La farmacia de mi abuelita estaba en su cocina, en los vegetales y en las plantas, en sus mantecas y grasas, tenía una sucursal en su jardín, ella hacía tratos con las flores, hablaba con los pájaros, la tierra la escuchaba. Era amiga de los elementos, ella me contó de la importancia de esos abuelos. Me presento con ellos, hicimos alianza.
Ella me dejo esas enseñanzas, y otras tantas que despiertan en las memorias de mi danza, me dejo secretos en la matriz, en el corazón y en la panza. Ella me hizo rezadora, de ella aprendí los rituales, me contó de la importancia de mi altar, me sembró su fe en mi mirada.
Con amor para mi abuela.
Tomado de la red