Una madre guerrera.

Te invito a leer esta hermosa reflexión

Si la ves por ahí díganle que estoy orgulloso, que se me nubla la vista con gotitas de agua al ver a tan chingona mujer, porque al papel de madre le está dando en su madre, que lo está haciendo perfecto aunque el resto le lance una sentencia con la mirada.

Que la vi en el súper haciendo el mandado mientras su hijo le hacía una rabieta y conteniendo la respiración le decía con un regaño entre dientes que parara.

Díganle que la he visto por las mañanas cuando despierta a preparar el desayuno antes en un día de escuela, mientras hay una discusión en la mesa por cuál plato tiene más cereal o a quién le dieron el trozo más grande de pan.

Que la vi camino al trabajo con el teléfono en mano dando una explicación de dónde está cada cosa en la casa, esa que al parecer no pueden encontrar si no está ella ahí para dárselos.

Por favor, díganle que es la más chingona porque la vi con hambre mirando a su pequeño con la mentira más grande en boca al decir que el último bocado no lo quería, que no tenía más hambre. Que la vi dando esa galleta entera cuando ella moria de ganas por un poquito más.

Si la ven por ahí, díganle que la conozco, que la he visto revisar su cartera y estado de cuenta tantas veces le es posible hasta que sus cifras cuadraran y alcanzara para eso que el resto quería… mientras todos sus gustos y necesidades tal vez podían esperar.

Díganle que la recuerdo como aquella fuerte mujer que gritaba horrores el día del parto cuando sus caderas parecían partirse en dos, o como aquella que un diminuto bisturí le abría su vientre para posteriormente sentirse morir al pararse por sí sola.

Que la vi llorando un día en la regadera para no preocupar al resto de la familia, que el cansancio ya la estaba rompiendo y quería gritar. Gritar fuerte y salir corriendo, pero como siempre tan valiente tan guerrera: se quedó.

Díganle que la vi disminuyendo sus horas de sueño tras cuidar de sus crías como leona para que nada les pase, levantándose con un genio de la chingada y soportando los comentarios de personas que, aparentemente, no entienden nada.

Si un día la topan por ahí no olviden decirle que lo sé, que el bulto de ropa sucia parece interminable, que los trastos parecen nunca acabarse en el fregadero, que la casa pareciera no estar limpia jamás, que las camas se destienden casi por arte de magia, que difícilmente encuentra el par de los calcetines o recuerda dónde quedó aquella blusa que tanto le están pidiendo.

Que entiendo ese cabello enredado, la carencia de maquillaje sobre su rostro y sus zapatos poco finos al caminar, que entiendo esos kilos de más o de menos por no darse el tiempo para ella y su cuidado, que reconozco aquella pena con la que sale a comer a un lugar mientras su hijo le hace una rabieta en frente de propios extraños.

Si ustedes también la conocen, díganle que lo sabemos, que su platillo favorito hace bastante que no lo come, que olvidó la última fiesta a la que pudo salir sin el pensamiento por delante del cuidado de su hij@, que la vi regresar temprano de aquella reunión donde estaba bastante a gusto por una llamada de quién cuidaba a su todo.

La vi, la vi justificando el andar una noche de rumba como si no lo mereciera, la vi dando explicaciones a personas que no lo merecían como si salir por ahí sin compañía lo hiciera mal. Díganle que sé esas ganas que tiene de ese vino guardado en su vitrina que no puede tomar, o de las veces que a pausado su película favorita porque el deber llamó a su puerta.

Díganle que yo lo sé, que el helado con el que se quedó con las ganas si se lo merece. Que pone orden en un mundo de cabeza, que encuentra paz cuando sólo hay guerra.

Si la ven por ahí, regálenle una sonrisa espectacular, de esas que digan: lo estás haciendo bien, descuida, se vale llorar.

A las madres más chingonas.

Autor Ana Burgos.

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